Caravelí parece estar
desvinculado del resto del mundo. Y, en
cierta medida, esto es así. En las casi dos horas que demora arribar a sus
dominios, desde el poblado costeño de Atico, no no habíamos cruzado con ninguna
casa, ni río, ni árboles. El chofer detuvo la camioneta en una curva del camino
y, como surgido de la nada, allí a lo bajo, una tenue línea de verdor flotaba
sobre un fantástico desierto. No es un desierto cualquiera, carece de arenas y
dunas, y está poblado de una superficie rugosa de tonos rojizos y salmones.
Sin embargo, en esta tierra
reseca y aparentemente infértil, se produce uno de los mejores piscos del Perú.
Pero si uno empina un poco la mirada, el panorama se torna espectacular: a la
izquierda, se eleva el nevado Sara Sara, donde en 1996 – irónicamente, gracias
a la deglaciación por el calentamiento global – se halló una momia en perfectas
condiciones de conservación, llamada, obviamente, Sarita, y que ahora se exhibe
en el Museo de la Universidad de Santa María en Arequipa. Mientras al frente se
lucen los hielos del pico Solimana y la imponente cumbre del Coropuna, el
volcán más alto del Perú, con sus 6425 metros de altura. Este contraste
geográfico le brinda una atmósfera especial a Caravelí, actualmente poblado
olvidado, pero que por su vinculación por carretera con la sierra ayacuchana,
especialmente con la laguna de Parinacochas y sus bandadas de flamencos bajo el
Sara Sara, puede resultar en un atractivo circuito turístico, interesante en un
futuro cercano.
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